El cementerio
Estabamos en fin de semana
cuando fuí al cementerio para rezar a mi madre. La noche era negra, las ramas
de los árboles se movían suavemente a la luz de algunos faroles por culpa de la
brisa. El aire era pesado, y las calles eran vacías. El silencio hacía retumbar mis pasos y el ruido de las hojas muertes que se entrechocaron sobre los muros.
Cuando abrí el pórtico para entrar en el cementerio, debí encender mi linterna
de mano porque los faroles estaban demasiado lejos para ver algo. El haz era borroso, no podía ver
correctamente el paísaje cuando de repente oí un grito de mujer hacia la tumba
de mi madre. Acudí a ella pero, cuando estaba delante de la tumba, no vi nada.
Entonces comencé a rezar dirigiéndome a mi madre sin poder terminar porque
sentí una sensación muy dolorosa en mi cuerpo, como si el asesino de mi madre
hubiera regresado para matarme. Corrí a la salida asustado y cuando llegué a la
luz de los faroles, podía ver la sangre sobre mis manos. Solamente mis manos. El
dolor que sentí antes no era real. Decidí entrar a mi casa para dormir y
olvidar el acontecimiento incomprensible de la noche. Al levantarme, leí el
periódico y aprendí que hubo un asesinato.